Las tempranas edades son
fundamentales para todos los seres humanos, la necesidad de protección, la
dependencia hacia sus cuidadores, su sed de amor y la satisfacción de sus
demandas es lo que determinará en gran medida cómo se desenvolverán sus vidas
como adultos.
La mayoría de las culturas
deja de lado las principales necesidades de los niños y el propósito de la vida
como tal, para colocarlos en una carrera para la cual ni siquiera están
preparados, argumentando la competitividad, las cualidades de liderazgo, la
independencia, el fomentarle actitudes que lo ayuden a resaltar, superando las
capacidades de otros, ni siquiera las propias.
Los niños como buenas
esponjas, absorben todo lo que sus principales fuentes de influencia les
ofrecen y en ellos quedan las ideas y creencias básicas que los acompañarán
durante la mayor parte de su vida. Solo cuando el adulto cuestiona esas
creencias es capaz de transformarlas a favor.
Los niños no necesitan
aprender a ir al baño a los dos años, ni aprender a leer a los cuatro, tampoco
necesitan estar en cuadro de honor, ni tener una pared colgada de medallas. No
se quiere decir que esto esté mal, pero no se debe presionar a un niño para
hacer algo diferente a lo que le haga feliz, no se debe comparar, ni menos
sacar un pronóstico de su vida por sus demostraciones tempranas de presencia o
ausencias de talentos.
Todos somos especiales para
algo, presionar a un niño para que se destaque en algún deporte, sacrificando
sus horas de juego, de esparcimiento no es necesario, mucho menos cuando esto
es el resultado de los caprichos de los padres o sueños frustrados. Si
enseñamos a los niños a escucharse, a hacer lo que les gusta, a pensar, a
manejar sus emociones, seguramente estaremos dándole herramientas para que por
sí mismos, inclusive desde tempranas edades puedan elegir sus propias opciones.
Siempre es de utilidad una
orientación, alguna sugerencia, pero la imposición no debe ser un recurso,
muchas veces lo dones del niño no llegan a desarrollarse por impulsarlos a
realizar cualquier otra actividad que consideramos es la mejor para ellos.
Entendamos que lo mejor para
los niños es mantener esa esencia con su ser, que le permite tener el
equilibrio que la mayoría pierde a medida que pasan los años, a medida que
comienza a establecer prioridades equivocadas desde temprano.
El más valioso aporte que
podemos ofrecer a nuestros pequeños es el amor, el respeto por sus tiempos, por
sus gustos, por sus preferencias, el tiempo de calidad que le ofrezcamos, el
interés que mostremos en sus cosas, aunque las veamos muy pequeñas. Esto es lo
que definirá su seguridad, su confianza en sí mismos, su amor propio, su
sentido de pertenencia. Lo que se debe fomentar es el impulso a que sean
mejores que ellos mismos, que hagan de sí mismos día a día su mejor versión,
sin importar qué hace el hermano, el compañero de clase o el hijo del vecino.
Cada ser es único y tiene
todo el derecho a ser feliz, rodeado de personas que lo valoren por lo que es,
que lo oriente sin obligarlo, cada quien merece crecer y formarse siendo amado,
por quienes le rodean y aprendiendo cada día a amarse ellos mismos. Cuando
estas bases están bien fundadas habrá pocas probabilidades de que no pueda
estar alineado con su felicidad y seguramente resaltará, pero no porque busque
competir, sino porque sabrá qué quiere, qué lo hace feliz y será muy difícil
que no trabaje por ello.
No será perfecto, pero
tendrá más claro que muchos el propósito de la vida, que no es otro que: ser
feliz!
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