Él le puso puntos suspensivos a su historia.
Ella le quitó dos.
Crecer es aprender a decir
adiós. Pero un adiós contundente. Un punto y final. Un “me despido porque me
sobran los motivos y no volveré más”. No un hasta luego, o hasta que la vida
nos separe de manera irremediable. No. Eso nos obliga a hurgar en la herida, a
hacernos sangrar, a perder fuerzas.
Cuando creces, sin embargo,
es inevitable decir adiós a muchas cosas. A personas, a situaciones, a lugares…
Mejor dicho, empiezas a crecer cuando dices adiós.
Eso sí, en cuanto que eres
capaz de desligarte de algo que te ha aprisionado durante mucho tiempo,
consigues una claridad mental que nunca antes habías tenido.
Y es que es entonces cuando
comprendes que en esta vida y en este mundo no hay nada permanente, que tú
mismo cambias cada instante y que el agua de cada río es diferente a cada
segundo.
Cerrar círculos,
decir adiós a una etapa
Siempre es preciso saber cuándo se acaba una etapa de
la vida. Si insistes en permanecer en ella más allá del tiempo necesario,
pierdes la alegría y el sentido del resto. Cerrando círculos, o cerrando
puertas, o cerrando capítulos, como quieras llamarlo.
Lo importante es poder cerrarlos, y dejar ir momentos
de la vida que se van clausurando.
No podemos estar en el presente añorando el pasado. Ni
siquiera preguntándonos por qué. Lo que sucedió, sucedió, y hay que soltarlo,
hay que desprenderse. No podemos ser niños eternos, ni adolescentes tardíos, ni
empleados de empresas inexistentes, ni tener vínculos con quien no quiere estar
vinculado a nosotros.
¡Los hechos pasan y hay que dejarlos ir!
Paulo Coelho.
Cuando maduras te das cuenta
de que la misma razón por la que te obligas a poner “toda la carne en el
asador”, deberías de obligarte a dejar algo en el congelador. Es decir, que deberías reservarte algo siempre; un 5%,
no hace falta más.
Guárdate
un rincón para ti, para reflexionar sobre el mundo, sobre tus relaciones y
sobre ti mismo. Porque si dedicas el 100% de tu existencia a los demás,
acabarás sintiéndote vacío, insensible y desconcertado.
Cuando consigas decir adiós
a alguien o a algo, no te permitas retroceder y pon en práctica esa capacidad
que has adquirido para analizar la vida. Lo útil de lo inútil, lo que enriquece
de lo que desgasta.
Aferrarnos
y no soltar nos desnuda y nos maltrata el alma. Los
“hasta luego” nos llenan de frío intenso o de calor abrasador, nos obligan a
vivir prolongando una agonía que nos deteriora hasta límites insospechados y
que nos impide ser nosotros mismos.
No
atreverse a decir adiós es dejarle la puerta abierta al dolor,
permitir que nuestro corazón agonice y dejar que nos suplique y se arrastre
ante alguien que no quiere ver, ni oír ni sentir.
Aprender a decir adiós a
quien no hizo nada para quedarse la única manera de alcanzar la libertad
emocional. Sin embargo, debemos tener muy claro que este es un primer paso hacia un sendero que nunca más
debemos de volver a recorrer.
Cultiva relaciones que te
hagan crecer, que te alimenten, que no te castiguen y que te acompañen; en
definitiva, cultiva aquello que te haga ser feliz y suelta lo que no te
enriquece y que te hace daño.
Aléjate del ruido y escucha a tu interior. La vida es
demasiado corta como para compartirla con las personas equivocadas.
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