La prudencia es un valor que muchas veces despreciamos o
ignoramos porque pensamos que es el más aburrido. Así, chismear o cotillear,
como se suele decir, tiene la función de socializar con otras personas e
incluso de divertirnos cuando no tenemos temas más interesantes para conversar,
pero no es lo más correcto. Por otro lado, a menudo confundimos la valentía con
la temeridad ignorando que la línea de prudencia que los separa es muy
importante.
A todo el mundo, en algún grado, nos gusta hablar sobre
nosotros mismos o sobre otras personas, pero en ocasiones no medimos bien y
acabamos pasándonos de la raya. Así, lejos de mejorar nuestra capacidad para
socializar, las personas terminan por alejarse.
Además, el imprudente muchas veces acapara al grupo
debido a un gran afán de protagonismo. Detrás de esto, se encuentra una
poderosa necesidad de aprobación, la cual intenta satisfacer mediante
comentarios fuera de lugar. El imprudente que quiere ganarse a los demás
despreciando los efectos secundarios de sus formas, al final acaba
perdiéndolos.
Las personas prudentes, de cara al exterior, se muestran
respetuosas con los demás. No cuentan secretos, ni critican ni provocan que los
demás se sientan incómodos y sin saber a donde mirar. Al contrario, las
personas prudentes suelen tener unos lazos de amistad muy estrechos, ya que se
puede confiar plenamente en ellos y esa es precisamente la sensación que
proyectan.
Las personas que practican la prudencia no temen los
silencios. No necesitan rellenar la conversación con un monólogo superfluo para
que los demás estén pendientes de él. Son personas que saben escuchar y
respetan los turnos de palabra, algo que es muy importante si queremos que los
demás disfruten del tiempo que comparten con nosotros.
A veces metemos la pata y no pasa nada. Errar es humano y
lo importante es aprender de ello y pensar antes de hablar la próxima vez.
Aunque en nuestra memoria queden grabados de manera más profunda los momentos
en los que no dijimos lo que queríamos decir, son más frecuentes los momentos
en los que nos equivocamos por hacer lo contrario.
Las personas que estiman la prudencia también suelen ser
personas empáticas. Se dan el espacio suficiente para ponerse en el lugar del
otro, lo que hace que puedan llegar a niveles más profundos de intimidad.
Además, una persona prudente suele contar con otros valores asociados a la
prudencia, como el respeto y la lealtad.
¿Cómo podemos ser personas más prudentes?
Como hemos visto, ser prudentes tiene la gran ventaja de
que las relaciones sociales se fortalecen. También consigue que a los ojos de
los demás se nos considere personas educadas, respetuosas y con las que se
puede contar.
La prudencia es una habilidad que puede entrenarse, pero
hay que ser constante y seguir algunos pasos, según la psicóloga Patricia
Ramírez. Con la práctica reiterada, podemos conseguir convertirnos en personas
con las que es muy agradable estar.
Piensa si este es el lugar y momento apropiado para
contarlo
Muchas veces contamos secretos íntimos, tanto nuestros
como de otras personas en un contexto que no es el más apropiado. Debemos de
pensar primero si las personas que tenemos enfrente quieren escuchar lo que
pretendemos contar, si es relevante para la situación en la que estamos y si no
es mejor guardárnoslo para nosotros mismos.
Piensa si cuando cuentas algo estás traicionando a
alguien
Si vas a contar una intimidad de alguien o un secreto que
se te ha sido confiado, piénsalo dos veces e intenta no contarlo. Si cuentas un
secreto, los demás pensarán que no sabes guardar secretos y no volverán a
confiar en ti porque darás una imagen de persona desleal.
Piensa si lo que vas a contar es demasiado íntimo para
ser contado
¿De verdad que las demás personas quieren saber sobre tus
intimidades? No lo creo. Hay ciertos temas que no se pueden tocar con todo el
mundo, por mucha cercanía que tengamos. Debemos saber con quien sí y con quien
no podemos hablar abiertamente.
Piensa si tienes el permiso para contar lo que vas a
decir
Si no tienes permiso para hablar algo que te han contado,
sencillamente no lo hagas. No eres el dueño de esa intimidad, por lo tanto,
deja que sea la persona protagonista la que la cuente, si es que quiere
hacerlo, pero no tú.
Practica la escucha activa
No solo se trata de hablar, escuchar es sumamente
importante y a todos nos gusta que nos escuchen. No hables por hablar y menos
para interrumpir al otro. Escucha, después ya formularás la siguiente pregunta;
no le tengas miedo al silencio, será una buena oportunidad para que le cedas el
peso de la conversación al otro.
No opines ni des consejos si no te los han pedido
Molesta bastante. Es mejor preguntar al otro si quiere
ser aconsejado, antes de aventurarse a dar consejos porque sí. Lo que a
nosotros nos sirve, no tiene por qué servirle a la otra persona y seguramente,
esta ya sea mayorista para saber lo que tiene que hacer.
No critiques si no vas a aportar nada constructivo con
ello
Si la crítica no beneficia a nadie, ¿para qué hacerla?
Todo lo que tengamos que decir sobre otras personas, que sea para sumar, no
para restar. No sirve de nada decirle a alguien que no nos gusta nada su vestido
cuando no está en una situación de poder cambiarlo o sin señalar una
alternativa mejor.
No hagas favores si luego quieres cobrártelos
Los favores se hacen por el placer de ayudar al prójimo y
nunca con la intención de que nos sean devueltos. No tenemos que esperar nada a
cambio ni tampoco presumir de que hemos hecho un favor a alguien.
¿A qué esperas para convertirte en un ser más prudente?
El respeto, la educación, la lealtad y la confianza son valores complicados de
cuidar pero que todos deberíamos
albergar. Aunque solo sea con un propósito egoísta, pensemos que cultivarlos
nos va a traer una enorme cantidad de beneficios.
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